Alemania, sin niños ni obreros
La imagen que conoce Europa y el resto del mundo de Alemania casi no admite discusión: es la primera potencia económica del Viejo Continente, respira riqueza por todas partes, tiene una tasa de desempleo de tan sólo 6,3%, el PIB volverá a crecer en torno a 2% en 2015 y la mayoría de la población, admite sin vergüenza, que se siente satisfecha de los logros sociales y materiales alcanzados en los últimos 70 años.
El bienestar que impera en Alemania es el lado bonito del progreso, pero tampoco nadie quiere ocultar en el país que las apariencias también engañan, como ocurre, por ejemplo, cuando los expertos analizan la tasa de natalidad y las perspectivas del mercado laboral, que arrojan una pesada y preocupante sombra sobre el futuro de la nación germana.
Según encuestas, informes científicos y estadísticas oficiales recientes, Alemania ostenta el incierto honor de ser el país con la tasa de natalidad más baja del mundo –8.3 niños por cada mil habitantes–, una realidad que puede condenar al gigante europeo a una crisis económica y existencial sin precedente en menos de 50 años, si no abre las fronteras del país a cientos de miles de extranjeros que sueñan con trabajar en la primera potencia económica de Europa.
Mantener con vida la economía de mercado y el sistema de bienestar social imperantes en el país requiere, según estudios recientes, la llegada anual de unos 500 mil extranjeros, no sólo trabajadores provenientes de los socios comunitarios, que no tienen problemas de visa, ni necesitan un permiso de trabajo, sino también de terceros países, un escenario conflictivo para una sociedad que aún no se acostumbra a la idea de que Alemania es una nación multiétnica y que está condenada a ser un país de inmigración como lo son, por ejemplo, Estados Unidos y Canadá.
Excélsior.
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